domingo, 10 de octubre de 2010

Cuento 1.2

EL DON INESPERADO


Mi espíritu me inclina a escribir
las metamorfosis de los cuerpos
en otros nuevos.

Las Metamorfosis. Ovidio

El pitazo sonó largo y agudo , como la desesperada tensión de los que aguardaban la señal , marcando las cuatro de la tarde , finalización de la jornada en la fábrica. Los trabajadores dejaron sus puestos con apuro y formaron un especie de camino de hormigas confluyendo a los vestidores . Rostros ennegrecidos de hollín y cuerpos sudorosos se sacaron los monos azules oscuro, entraron en las duchas y se vistieron rutinariamente con prendas humildes. Algunos alegres cantaban, silbaban o hacían bromas a sus compañeros, otros en cambio estaban silenciosos y reconcentrados, como si todo fuera parte de la rutina de un trabajo que no les daba felicidad.
¡ Epa Segundo , te invito al cine!
El aludido, salió de su ensimismamiento
¡ No Juanito , muchas gracias , todavía tengo algo que hacer!
Segundo salió de la fábrica y caminó en el atardecer, con ánimo de crepúsculo , casi negro , casi noche. Regresaba otra vez a su cuarto de pensión, como por muchos días durante muchos meses de muchos años en la rutina resignada e invariable de su vida.
A veces iba triste, pocas veces iba alegre y sonriente según si los recuerdos invadían o visitaban su espíritu. Sus pies estaban cansados de tanto repetir el tránsito por la huella diaria de la fábrica al cuarto, que más que una huella era un túnel del que no podía salir. En el trayecto al igual que cuando niño de Escuela , iba metiendo sus pies en todos los charcos que encontraba . Se detenía en el centro de algunos de ellos y miraba el cielo nuboso en el reflejo del agua. En sus pausas en los charcos más atractivos por su forma o tamaño, también se entretenía deteniéndose en presencias que venían de lejos, de tiempo pasado ; venían de su madre . No podía olvidar como ella, solitaria en su pobre rancho, rico en miserias, acosada por la niebla del invierno, como lavandera a golpe de artesa, jabón , agua fría que hacía doler la manos y de plancha de carbón, había levantado su débil presencia de muchachito de suburbio.
Sus años lo habían ido transformando del niño solitario al muchacho obrero que no había sabido ni podido superar las desventajas de su origen y condición. Era un ave ciega que no conoce el ámbito inmediato como suyo y sufre por la impotencia de igualar el vuelo bajo de la realidad con las alturas siderales de los sueños acorralados y suprimidos.
Pero el no sabía todavía que ese día, detrás de la tristeza y la fatiga dominantes en su alma de pobre urbano lo esperaba lo inesperado, la sorpresa, el cambio definitivo.
¡Buenas tardes Señora Juana, ¿como sigue su marido?!
Reiteró la pregunta, gentil y oscura, de cada atardecer, a la anciana dueña de la pensión.
¡ Hoy está un poco más alentaito... Muchas gracias Segundo!.
Las palabras eran eco de diálogos anteriores que no ingresaban al alma y que golpeaban como una rutina diaria la periferia de los sentimientos de ambos seres mínimos .
El camino hasta su cuarto y el abrir y cerrar la puerta de su pieza se le hacía pesado como subir una cuesta embarrialada y de fuertes pendientes, como abrir y cerrar cien puertas , cien portones , trabados, con cadenas y con llaves . Esta vez al querer entrar en la modesta habitación y cruzar la frontera entre uno y otro crepúsculo, el de la realidad del mundo y la propia realidad de su cuarto fue cuando chocó con lo insólito. Atravesó el umbral de la puerta, descuajada, de un color azulado indefinido, la frontera eterna entre penas exteriores e interiores. No estaban sin embargo ni la cama estrecha, compañera de la soledad, ni el desvencijado cajón frutero que servía de velador.
Una especie de niebla lo rodeaba; poco a poco el hálito blanquecino fue haciéndose azul y cielo , un cielo brillante , calmo y total.....
Estaba desconcertado y a pesar del transcurso suave entre realidad y fantasía , lo visitó el miedo. Sus sentidos luchaban entre añorar su anterior realidad y el entregarse a la sorpresa y aceptar la nueva certidumbre/ficción en que estaba sumergido. Su vida plana - carente de color y de aristas - se oponía instintivamente a la fortuna y la magia que parecía brotar del entorno; el pánico se adueño de el de tal manera que solo atinó a un grito virtual:
- ¡Haaaaaaaah, Haaaaaah!
La exclamación fue como un hachazo que derribó su sustento físico y se precipitó en caída libre en ese cielo que lo rodeaba , lo penetraba, lo respiraba , lo vivía.
Un resto de audacia, quizás sobrante en el saco de cobardías e indecisiones de su niñez y juventud lo llevó a moverse, a combinar sus impulsos ; primero fue el instinto, luego una débil voluntad de ser aerodinámico que lo llevó luego a volar limpiamente , alejándose del ocaso y acercándose a la aurora .
Angustia, su amante permanente, igual que Pesimismo y Realidad finalmente lo abandonaron: no más hambre, cansancio, sueño ni desaliento. No encontraba límites ni miserias; suelto entre las aves del cielo era un ave bella. Viajaba con las nubes, acompañaba a vientos gentiles, a huracanes terribles que no podían dañarlo y sólo le provocaban un vértigo de felicidad.


El mundo que tantas veces había mirado desde abajo , abrumado , rindiéndose, lo veía ahora desde arriba. Se atrevió a volar más alto: ya no había ni arriba, ni abajo, ni un lado ni otro lado; y se encontró entre meteoritos, cometas, astros y galaxias.
Todo empezaba a ser familiar: estaba revisitando los mundos desaparecidos, los duendes de su imaginación que jugueteaban con el mientras escuchaba cuentos que su madre le narraba cuando niño, para llevarlo de la mano hacia una noche amiga, hacia el sueño sin temores. Ahora era nuevamente el príncipe volador, mágico, transparente, invisible, tenue e intemporal de las historias de la infancia con su cohorte de titanes amables , bellas princesas , gnomos sonrientes.
Lo insólito del hallazgo en el cuartucho de su soledad- ahora cielo de moléculas y de sortilegio lo había hecho recobrar el obsequio magnífico de su madre , que además de pan a golpes de artesa y plancha era la magia y maravilla de las ingenuas fábulas que endulzaban su infancia marginal.
A partir de ese día, todas las tardes al regresar a su cuarto, traspasaba con alegría el umbral de la vieja puerta , la cerraba tras si‚ y volaba eufórico por el espacio exterior de su realidad o de su fantasía zambulléndose en el cielo que había finalmente redescubierto.
Ronnie de Camino V. San José‚ , 15.6.93

No hay comentarios:

Publicar un comentario