domingo, 16 de octubre de 2011

CUENTO

DELIRIO DE MUSICA



          Y otras veces también  , hay notas que se aman : sus sonidos se enlazan como se hace con los brazos cuando se besa....

Juan Cristóbal. .Romain Rolland             





Antes de entrar a la casa , observó como aceleradas  gaviotas se lanzaban  en picada al mar  casi rozando los  arrecifes seguidas por  pelícanos y alcatraces más lentos pero igualmente graciosos. Permaneció todavía unos  minutos  entre la contemplación y la meditación. Una vez adentro  recorrió la casa de arriba abajo buscando detalles, en la forma que largos años de rutina le habían enseñado a hacer. Finalmente llegó a la sala, la habitación que  con amplios ventanales y balcones coronaba la casa. Algunas de las ventanas que daban a la terraza estaban abiertas. Salió hacia  la invitante luz exterior y de inmediato  vio la pequeña grabadora de color negro diamante, caída sobre la alfombra, casi gritando para que se fijaran en ella.  La cogió  con cuidado y curiosidad profesional, pero luego, compulsivamente, su índice impaciente presionó  el botón que lucía con letras blancas la palabra  PLAY.



            A pesar de su tamaño, el aparato era potente. Inmediatamente escuchó los violines , como largos quejidos , como suspiros o lanzas heridas e hirientes apuntadas al espíritu . Subían y bajaban, como en una montaña rusa de notas y sonido. O como los  pájaros marinos. Eso era, exactamente , como los  pájaros marinos  que volaban afuera en arriesgados pasares sobre las olas y las masas de roca negra . En medio de las escalas musicales, se asomó primero un carraspeo, típico  del que quiere llamar la atención del escuchante antes de una plática y luego emergió una voz llena:



- Yo amo la música. Para mi es lo más grande que el hombre o quizás Dios han creado; más que la pintura, que la escultura, más que las prosas. Sólo los versos tienen la vanidad de querer alcanzarla. Siempre he amado a la música -  y no sólo eso - siempre he querido ser músico.



            Los violines  siguen volando; son gaviotas sobre los acantilados, y llenan el aire y el alma, mientras la voz cansada, con un trasfondo de dolor y de humedad empapada de desesperanza, hace una pausa. La voz, a pesar de su fatiga, es apasionada, enemiga de cualquier indiferencia mediocre. Es un espejo de un alma en naufragio.



-  Nadie , sino yo, sabe de los  pocos destellos de euforia que mi pasión me ha regalado. Mi error inaudito e ingenuo ha sido querer ser un músico total, unitario , todos a una : oído absoluto ,compositor , director, cantante  , ejecutante de todos y cada uno  de los bronces brillantes , de los fulgores opacos y elegantes  de las caobas , de las válvulas nacaradas en los tubos de ébano , de los volúmenes de generosa resonancia de cajas de percusión de caprichosas formas , de cuerdas pulsadas por dedos embrujados y de  arcos frotando  cuerdas sublimes , de yemas de tacto mágico que obedecen a  impulsos eléctricos, instantáneos, que se desplazan por  los cuellos  sensuales de los diapasones  -



            Silencio. La pequeña grabadora  continúa funcionando .El visitante curioso se acomoda en una butaca rústica que mira hacia el mar. Se inicia un segundo movimiento con timbales y bombos; entran atropelladamente los bronces y luego siguen las cuerdas bajas, conciliadoras, tratando de rescatar la calma. Parecería que el narrador hubiera hecho una  admirada genuflexión de su voz  ante el chorro de notas antes de continuar hablando. La voz se suaviza  y denota cierta nostalgia alegre:



-          El tambor fue mi primer amigo verdadero. Toqué el tambor antes de caminar, e incluso antes de hablar. Un corto cilindro de hojalata  amarrado  por dos argollas opuestas en un diámetro a un cordón  de brillantes hilos de seda, grueso y rojo. Mi sufriente amigo aguantaba que lo maltratara por horas  con los bolillos de madera, cuando nadie  me hacía callar antes. En mis intentos trataba  de mantener un ritmo, de variar los redobles. Imaginaba  gallardos  ejércitos conquistando músicos y salvando princesas en castillos malditos protegidos por dragones  y caballeros de armadura y alma negra. El poder de mi batir de golpes los hacía retroceder espantados. Pero sueños aparte, los que retrocedían enervados por el ruido  eran mis hermanos, padres y vecinos. Hasta el paciente gato gordo de mi abuela se arrancaba hacia los lugares más increíbles ( como la casa del perro cuando éste andaba de juerga) cuando veía que me terciaba  el cordón rojo al cuello -



Larga pausa, casi se escucha el meditar del hombre  inmerso en un largo dueto para silencio y orquesta.

-          Mis hermanos  - como sucedía en las familias que pretendían de  aristócratas - tomaban clases de piano. Nunca supe si lo hacían por propia voluntad  o por obligación, como era toda la educación por esos días .Después entendí que nunca fueron demasiado buenos, sólo que no desafinaban demasiado. La instructora de piano era concertista, horrible, gruesos lentes , cara estrecha, dientes de conejo. Sin embargo , para mi era bella; la miraba sólo con los ojos de la música -



            El primer violín nada por los aires acompañado por un corro   ágil de otros violines, seguidos a la distancia por el vuelo lento  de la bandada  de violas, chelos y contrabajos.



- Los miércoles en la tarde - benditos miércoles -  dejaba de asistir  a la práctica ardorosa de deportes  para quedarme en casa presenciando el concierto semanal de las clases de mis hermanos. Al principio martirizaban teclas y oídos, pero con el tiempo aprendieron a desgranar notas amables y en secuencias razonablemente largas. Cuando las clases terminaban, yo trataba de subirme al banquillo giratorio , lo escalaba con dificultad y casi tembloroso , trataba de desplazar mis manitas  torpes por los marfiles y lacas , por los opuestos, por las antítesis, por las antípodas, por el bien y por el mal -



            Nuevo sólo de silencios; silencio en quietud mayor, adagio de opacidad.



- Finalmente llegó el día soñado largamente. Mis padres no pudieron ignorar mis evidentes inclinaciones. Me tomaron clases de piano . Mi felicidad y excitación no tenían límite. La primera lección se transformó en mi nacimiento real, pues es lo único que recuerdo exactamente, con todo detalle, cada  elemento del entorno y cada segundo del tiempo de esa hora que fue eterna y también la más corta de mi vida. Desde ahí todo fue espera frenética, un aguardar permanente. Cada día me acostaba lo más temprano posible  en el afán de adelantar el tiempo y acelerar la semana, para que los días, horas y minutos fueran breves. Era el mismo truco que usaba unos días antes de mi cumpleaños  y  de  Navidad. Esa semana practiqué cada día la primera lección  y me pelee con mis hermanos en la prioridad para usar el sufrido piano -



            La voz otra vez recobra el relato, ahora  con timbre  triste:



- Pero al final de la segunda clase sufrí  una de las primeras de una larga serie de desilusiones. Mi primer amor real, la para mi hermosa profesora , la de las bellas manos blancas, suaves, que acariciaban las teclas , me traicionó mortalmente. Así como me hizo nacer  en el acto de la primera clase, me empezó a matar  al final de la segunda clase. Después de las lecciones a los hermanitos prodigios - así lo sentía mi madre - , se producía el rito del té y los bizcochos entre la instructora y mi progenitora. Yo estaba ansioso de escuchar las alabanzas de mi bella y me aposté  detrás de la puerta por cuya rendija miraba embobado  a la pianista:



-  María , no perdás más tiempo con ese chiquillo. Es tierno como le hace empeño, pero no hay caso , si fuera sordo tendría más oído y ritmo. Mejor con ese dinero tomále  una clase extra a  José que casi tiene talento. Mandá mejor al peque a jugar pelota y a correr -

            Coincidentemente la música  cayó en un lentissimo  triste  y profundo, mientras la voz reinició su monólogo:



-           Esa fue una de muchas decisiones inconsultas  que afectaron mi vida , que cortaron mis esperanzas , mis ilusiones de músico y mi primer amor, así, sin más , casi como un machetazo alevoso .Ese día  recién vi por vez primera los gruesos lentes, la cara estrecha  y los dientes de conejo de la pianista . Ella fue también fue la primera persona que odié. Lástima que nunca traté de interpretar y  hacer caso de  su sentencia -



-          La consecuencia inmediata, vengativa, fue volver con furia a un tambor rencoroso, con redobles de trueno y explosión. Me gané un castigo: prohibición absoluta de volver a tocar el tambor , bajo la pena grave de  perder los postres , la matinal del cine los Domingos  y un encierro casi constante en mi cuarto -





-          Reacción en cadena creo que le llaman a eso . Se trató de la primera de una serie interminable de frustraciones musicales. Ni siquiera podía silbar .Lo trataba tan desesperadamente que un día, en plena clase de religión , cuando repetíamos devotamente el credo , me salió un chiflido fuerte y agudo  seguido de mi grito de alegría por el logro . La dicha pronto se  cambió en mortificación cuando me castigaron  a quedarme después de clases, todos los días de esa semana  a hacer por una hora problemas de matemáticas. Más tarde me expulsaron del coro  al que había logrado infiltrarme. En los paseos de curso, cuando se acababan los chistes y chascarros me hacían cantar  y lo hacía de forma tan horrible, que mis condiscípulos casi lloraban de la risa. Lamentablemente el dolor se me ha acumulado sin cesar hasta hoy -



-           Una vez ,  un Domingo ,mientras la banda municipal tocaba una pieza muy conocida, empece discretamente  a mover el brazo para imaginariamente dirigir a los ejecutantes, una persona que no se imagino  lo que estaba haciendo por lo poco rítmico de mi batir de alas , me hizo señas pues pensó que la estaba saludando. Finalmente, el colmo fue, cuando una vez en misa, durante un canto, una viejecita  de esas que tienen la voz cascada y temblorosa  me hizo callar  respetuosa pero perentoria. Después de todo mi tambor de niño era en realidad más rítmico y afinado que mi voz -



La pausa se lleno de la orquesta completa persiguiendo a los violines , como los ramalazos de una tormenta , mientras estos a su vez  perseguían al violín solista  que se refugiaba  en las mullidas  violas, chelos y contrabajos , para luego triunfar sobre toda la orquesta , que ya domada  , seguía respetuosa la pasión del instrumento solista , centro de ese extraño universo encerrado en la pequeña  grabadora manual.



-          Mis hijos, al igual que mis hermanos , nacieron con más aptitudes musicales que yo, lo que no es mucho decir. Han tocado todos los instrumentos  , con una facilidad aterradora , casi como si respiraran .Pero sin sentir la pasión  y se les nota la indiferencia. Dios me perdone por odiarlos  por  desperdiciar un don por el cual yo lo daría todo. Sólo uno de ellos  se salva, pues  además del don, tiene la fiebre y la pasión que a mí me consumen. Es un rockero, de los buenos, de esos que ganan concursos  y que hacen berrear a la juventud en locales llenos de humos y de luces de colores. En una oportunidad fui a  verlo actuar  en un concierto con más de quince grupos como el de él. Me calé  todos los grupos  brincando , dando alaridos y haciendo tronar baterías ,bajos, teclados y guitarras, mientras mis vísceras todas, estomago , hígado, pulmones, retumbaban a los golpes del ritmo frenético vomitado por los gigantescos parlantes que lograban remover mis volúmenes interiores-



-Una  vez traté de aprovechar una de las vías que se ofrecía a mis hijos indiferentes. En su colegio recibían clases de flauta dulce y estudiaban con un libro maravilloso a prueba de estúpidos. Empezaba  mostrando posiciones de los dedos en los agujeros de la flauta y a cada posición asignaba un color. Luego continuaba  las con canciones infantiles  que usaban dos o tres posiciones  y poco a poco se iba complicando hasta llegar a partituras complejas con sólo notas. Algunas tardes , en el secreto del fondo arbolado de nuestro solar , y cuando estaba seguro que no había nadie en casa , empecé a tratar de aprender flauta con el bendito libro , practicando las  posiciones de los dedos en una forma puramente mecánica y mimética, como un papagayo. En tres o cuatro oportunidades practiqué largamente la primera lección: - Tut tut tut , tut tut tut , tut , tut tut , tut tut tut -

Pero no logré pasar la primera lección sin equivocaciones -



- Uno de mis recientes intentos fue la batería. Pensé - ingenuo de mi - que en la percusión  podría estar mi gran oportunidad. Me compré el equipo completo con tambores, bombos, platillos, pedales, bolillos , escobillas y un asiento especial. Durante un tiempo ese  banquillo fue tan especial como aquél en que me encaramaba cuando niño en mis frustrados intentos por tocar piano. Pero fue imposible, mis brazos y piernas se negaban a las órdenes de mi cerebro que les daba libertar para actuar cada uno a diferente ritmo y diferente tempo.  Era demasiado para ellos atender  a dos bolillos y dos pedales simultáneamente y ni siquiera me ajusté al ritmo lento de un vals -



La orquesta enmudece. Sólo el del primer violín sale una ave marina que sube hacia al azul doblado en el mar en un vuelo triste, trágico y determinado.



- Hace unas noches tuve un sueño. Me encontraba frente a un gran escenario, quizás en un estadio monumental , lleno de luces  suaves y fuertes  , quietas o parpadeantes ,de todos colores ,que  a veces se desplazaban frenéticas , o suaves entre nubes  de  humos  nubulares ,chorriformes, burbujeantes.  Abajo, un público heterogéneo , de viejos y jóvenes , con las manos levantadas se movía al compás de la música. Pero todo el público era yo. Yo joven, yo maduro, yo viejo. Miles de Yo llenaban el estadio y disfrutaban de la música moviendo brazos y cuerpos  al compás de mi propia música. Porque era yo quién tocaba y me celebraba a mi mismo  con entusiasmo. Me encontraba en el centro del escenario, tocando guitarra y cantando una balada, una canción bella , suave , una letra inspirada e inspiradora , acompañada de la más bella música jamás  por mi oída. Música y texto eran uno para el otro. Dos bellezas sumadas que producían un conjunto sublime. Mientras, miles de Yo  celebraban en la más multitudinaria soledad mi éxito musical, que ni siquiera en sueño era conocido por otros-



            El ave marina sigue subiendo, más y más, sus alas tiemblan en un tremolo doloroso, desde arriba se ve el mar inmenso, al borde del acantilado, y sólo el violín hace el vuelo. La voz continúa , lentamente, con angustia:



- Pero como todo sueño, Este también terminó. La claridad difusa mata mi ilusión al asesinar mi canción con el olvido. Todo se me hizo insoportable y la angustia me invadió. Pero era una angustia con esperanza. Traté de recordar. Estaba seguro que mi canción , mi música y mi poesía existían. También sabía que era mía , que la había compuesto, que la había escrito, que la había ejecutado por una única vez y que nadie , sino sólo miles de Yo la habían escuchado . Recordé un poco  ; hablaba de libertad , de caballos desbocados con crines al viento , de aguas fluyendo libres , de volcanes lanzando sin freno sus lavas rojas al aire de la noche. Pero mientras los segundos pasaban el recuerdo de la canción se destruía como un espejo frágil en  miles de cristales  inconexos, inútiles e hirientes. La canción desapareció y mi espíritu  ha muerto con ella. Lo más doloroso ha sido saber  que habría sido capaz de ser músico, pero creé una belleza que se marchitó como la noche o como el día -



            Se sintió caminar al narrador y junto con disminuir el volumen de la música en la grabación, se escucho la sinfonía imponente, poderosa de las olas  estrellarse contra las rompientes sobre las que estaba construida la casa. El primer violín precipitó al ave marina en picada directa hacia el  mar  en un fínale majestuoso, se sintió el ruido de la hgrabadora al caer con un suave golpe sobre la alfombra y luego solo se escuchó el ruido del mar desde el balcón.



(Grabado entre Valle del Sol y Coronado en base a un sueño  en Agosto de 1994)






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